Esta es la historia de mi madre, de su madre y sus ancestros a partir de la negación de la maternidad entrañable, de la sustitución de la maternidad auténtica y su reemplazo por la fábrica de criaturas al servicio del sistema. Una historia triste y plagada de represión. Es una historia que empiezo a reescribir, teniendo en cuenta la importancia de nombrarla y la necesidad de comprenderla para que el salto sea verdadero y duradero.
Mi madre, su madre y nuestros ancestros transitaron su maternidad bajo el mandato explícito o no de sumir a sus criaturas en el desierto emocional, ya que así, las criaturas atemorizadas, cuestionarán menos el status quo. Negarles el bienestar y posicionarlas en el lugar del enemigo es la estrategia impuesta por el patriarcado. Sólo así la madre entrañable es capaz de ser reemplazada por la madre robotizada que ignora y ningunea el deseo vivo del bebe y el/la ninx en el/la cual se transforma. Sólo así se puede justificar el sufrimiento en nombre del bien y el progreso.
Mi madre padeció la última capa a este crimen, traído gracias a la modernidad y el avance de la ciencia. Su madre y las otras madres transitaron puerperios en los que el deseo murió y fue puesto en su lugar la mecanización de la crianza, aunque probablemente no se sintieron tan solas, probablemente ciertos vestigios de su condición de mamíferas fueron puestos en práctica, colmando aunque sea un poco la necesidad de sus crías.
Mi madre, madre primeriza a los 36, con una vida y una identidad puestas en el hacer, ya sin referentes a quienes recurrir, con una incapacidad para hacer pedidos concretos en cuanto a sus necesidades, y habituada a valerse por sí misma, aceptó, quizás ingenuamente, la prescripción médica de barbitúricos para paliar la desolación que trajo el nacimiento de mi hermano, en el marco de una depresión puerperal. Un psiquiatra de bata blanca, con la autoridad que eso le confiere, la sentenció a una vida de adicción y desconexión solo porque ella atravesaba un puerperio más o menos confuso.
Seguramente ella y su entorno pensaron que era lo mejor. Probablemente, nadie supo como acompañarla y sostenerla las largas horas que pasaba sola con un bebe que solo pedía y pedía, que la devoraba y la ponía en contacto consigo misma de pequeña, pidiendo y pidiendo sin recibir lo que necesitaba.
Los barbitúricos son drogas duras, con un nivel de tolerancia que se eleva a medida que se mantiene el tratamiento, por lo tanto y progresivamente, aumentaba la cantidad que había que tomar para alcanzar el efecto deseado, un efecto de aletargamiento e indiferencia. Solo así se puede tolerar el aullido de un bebe dolido por carecer.
Dos años más tarde llegué yo, y ese puerperio apenas transitado volvió a empezar con mas furia, con más pastillas, con más dolor anestesiado, colándose por las rendijas.
No tengo recuerdos de jugar con ella, tengo muchos recuerdos de persianas bajas aunque fuera de día. Ella dormía y dormía, y cuando estaba despierta no estaba presente. Seguramente se ocupaba de nosotros de alguna manera concreta y específica, estábamos vestidos, íbamos a la escuela, la casa estaba limpia. Pero cuando me veo a mí de niña, nunca la tengo cerca. La medicación psiquiátrica siempre estaba ahí (aun lo está) la frialdad siempre estaba ahí (y ahí sigue) la desconexión también y la falta básica, primaria de contacto, de brazos, de vivencias maternantes están y estarán.
Tener a mi hijo me permitió, entre otras maravillas, comprender el dolor de mi madre y el mío, ver la fisura y ponerme en acción para no repetir esta historia, que es la historia de muchas de nosotras. Nuestros puerperios son vistos desde afuera como algo amenazador, peligroso, incomprensible. Los depredadores rondan las diadas madre-bebe, dispuestos a atacar con el afán de separar. Probablemente, desde su lugar ignorante y lleno de prejuicios crean que tienen una buena intención: aliviar el sufrimiento, paliar un síntoma. Pero no comprenden que un síntoma nos está mostrando algo que debemos ver. Las personas, aquellas que provienen de la misma carencia y no han tenido la oportunidad de recorrer su historia personal, se incomodan ante el dolor del otro, entran en contacto con el propio, y han aprendido que el dolor es algo a evitar a toda costa.Por lo tanto, ni bien se asoma la dimensión oculta que nos conforma desde la sombra son capaces de sugerir las cosas más disparatadas, contradictorias y crueles para sacarnos de ese estado, para que nos mantengamos en la superficie.
Mi puerperio fue un periodo trascendental. Duro, pedregoso, donde se encontraron la vida y la muerte, propia y ajena. Fue el fin de un modo de ingenuidad con el que me desenvolví durante mucho tiempo, y a pesar de haber recorrido un camino de autoconocimiento previo a desear ser madre, fue durante el puerperio que se cristalizaron aprendizajes que sin saberlo, solo estaban en la superficie.
El nacimiento de mi hijo me permitió manejarme en otra frecuencia. Las percepciones, impresiones y visiones abruman, hipersensibilizan, y fue posible absorber lo que nos rodeaba de una manera cruda, viva, esencial.
El puerperio vivido de forma íntegra nos ofreció un tiempo místico y femenino, embebido en la más ancestral sabiduría, nos colocó en el umbral entre el pasado y el futuro, pudiendo acceder tanto a uno como a otro y así devenir madre. Fui capaz de explorar y fundirme en el deseo más primal, de dar brazos, calor y leche. Fui capaz de enloquecer y morir, entender de donde venían aquellos sentimientos ambivalentes y poner palabras sobre lo innombrable. Tuve la fortuna de estar acompañada, de conectar con otras madres, de poder derramar lágrimas y recibir abrazos. De encontrar voces que decían aquello que quería decir, pero que no sabía por dónde empezar. No me di cuenta de la importancia de la red hasta que la tuve, y si no la hubiera tejido quizás la historia hoy sería otra. Y otro factor que tuve a favor, es que siempre tuve facilidad para ignorar la autoridad de otros.
¿Por qué el patriarcado insiste en patologizar el puerperio? ¿Por qué existe tal empeño y se dedica tanta ciencia a desarrollar más y más fármacos que anestesien y amainen este caudal de conocimiento y potencial transformador? Porque para el patriarcado, la mujer es peligrosa. Pretende coartar las decisiones sobre nuestro cuerpo, usurpar nuestros partos, sabotear nuestras lactancias y estigmatizar la libido maternal. Así como el embarazo es dirigido por la autoridad médica, y el parto, mecanizado y violentado, el puerperio es puesto como una enfermedad. Es el camino que toma la espiral de violencia. Estoy segura que habrá algunas mujeres para quien la medicación psiquiátrica es necesaria, para quien los síntomas son tan intensos que es necesario llegar a un nivel de base para poder encarar un trabajo terapéutico, pero hoy se patologiza la simple irrupción de la sombra. Una madre necesita sostén y amparo, sentirse contenida, escuchada y validada.
Somos muchas mujeres quienes estamos detectando este accionar macabro, y tejiendo nuestras redes estamos logrando resucitar a la madre entrañable y reescribiendo la historia.
Vía Deseoprimal, por Delfina
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